miércoles, 2 de abril de 2008
¿Uniformes o túnicas?
Las siguientes líneas las he recogido del portal www.contraindicaciones.net donde se tratan temas diversos: política, arte contemporáneo, rumores, amarillismo, proselitismo, demagogia... Me detengo ante un artículo titulado "Que el Dalai me la Lama", que versa acerca de las últimas revueltas en Tibet, un país tan en boga últimamente, y tan ignorado desde siempre. Extraigo un par de párrafos que espero ayuden a aportar perspectiva al asunto, y en mayor medida, algo de objetividad si se puede:
"Vaya pues mi solidaridad hacia los tibetanos que soportan un gobierno chino defensor de un capitalismo salvaje, si es que hay alguno que no lo sea. Pero con relación a la parroquia del Dalai, no me solidarizo en absoluto y eso que en mi familia somos muy solidarios: Mi padre ya lo hizo con el Ejército Rojo chino que en 1951 abolió el sistema social de servidumbre en el Tíbet y lo volvió a hacer cuando el mismo ejército aplastó en 1959 una revuelta armada promovida por el actual Dalai y EEUU para volver al anterior sistema.
La espiritualidad de su ancestral cultura del Tíbet estaba basada en una sociedad formada por unos pocos terratenientes, dueños de las tierras, de hombres y de mujeres. Los monjes pasaban el tiempo rascándose las pelotas, tocando la flauta y explicando a los siervos que ahora les toca sufrir sin protestar pero en la próxima reencarnación se lo iban a pasar de miedo. Y entre tarea y tarea se lo pensaban haciendo «ommmh». La gran mayoría-de la población eran los siervos, su vida transcurría trabajando obligatoriamente para el señor sin cobrar nada a cambio, para sí y para pagar los onerosos diezmos a los del «ommmh» y al estado. Se contabilizaban más de doscientos tipos de impuestos. Los castigos -por no hacerlo, o por intentar escaparse; eran pedagógicos: latigazos, mutilación de ojos; piernas y manos… Buen karma."
En fin, una vez más, y tras leer el artículo completo publicado me reafirmo en el planteamiento de que el ser humano viviría mejor y más tranquilo en un mundo sin religiones ni banderas manchadas de sangre en las que creer, y menos aún, a las que defender con su propia vida.
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