miércoles, 26 de noviembre de 2008

Lucha de clases en Bangkok



A continuación adjunto un artículo escrito por un amigo periodista, Ángel Villarino, donde se describe a la perfección el inestable a la vez que surrealista clima político que se vive últimamente por aquí por Tailandia. Espero que os sirva para entender qué es lo que sucede por aquí, comprenderlo ya os adelanto que es tarea imposible:


Tailandia está inmersa en una revuelta que puede desembocar en un nuevo golpe de Estado. La élite de este paraíso turístico reclama unos privilegios electorales que ni el Gobierno ni las clases más bajas están dispuestos a permitir. El Ejército, acostumbrado a inmiscuirse de modo antidemocrático en la vida política del país, podría encontrase esta vez con la resistencia de la población más desfavorecida.

Ir en taxi al Palacio de Gobierno de Bangkok está poniéndose cada vez más difícil. Muchos conductores tienen miedo de quedar empantanados en el tráfico. Otros se niegan a transportar pasajeros hasta allí. “No quiero llevar a nadie, sólo hay mala gente que no piensa como yo y que cree que no soy una persona como ellos”, se queja Thanarat Sematol, un taxista que llegó hace un año desde una aldea rural, atraído por el sueño de la gran ciudad. Un sueño roto durante 14 horas al día, las mismas que este campesino de manos nudosas pasa al volante de un taxi que no es suyo, atravesando el tráfico alocado de una metrópolis que ni siquiera conoce bien. “A veces no sé cómo ir a los sitios”, admite riéndose. Entre la gasolina y el alquiler del vehículo, hay días que Tharanat pierde dinero, entre otras cosas porque los taxis de Bangkok son famosos por estar entre los más baratos del mundo. Gracias a las propinas, las carreras al aeropuerto y la inocencia de algún turista despistado, consigue llegar con dificultad a fin de mes y pagar el alquiler de una casa de madera sin agua corriente, donde viven sus tres hijos y su mujer. “No me gusta Bangkok, hace tiempo que quiero volver a mi pueblo, pero no saco valor para irme”.

Amotinados: Vestidos de color amarillo, que simboliza al Rey Bhumibol, los tailandeses de las clases medias y altas se manifiestan contra el Gobierno.
El dueño de la compañía para la que conduce Thanarat seguramente piense de otra manera. Como miembro de la élite urbana tailandesa, debería simpatizar con los manifestantes que desde el pasado 26 de agosto acampan en los jardines del Gobierno. Tras tomar al asalto el palacio, armados con cascos de moto, barras de metal y palos de golf, los rebeldes levantaron un verdadero fortín alambrado, en el que no faltan los comedores gratuitos, las tiendas de ropa y souvenirs con los símbolos de su lucha, e incluso una sala de masajes donde relajarse. Mientras tanto, los consejos de ministros y las ruedas de prensa del premier Somchai Wongsawat se celebran en modestas habitaciones en una sede improvisada en el viejo aeropuerto de la ciudad.

Los amotinados, vestidos de amarillo (el color que simboliza al Rey Bhumibol), representan a las clases medias y altas, a los tailandeses instruidos o acomodados, a los que aparcan sus coches en los lujosos centros comerciales de la capital. En definitiva, a menos de un 20% de la población. Se hacen llamar la Alianza del Pueblo para la Democracia (PAD, en sus siglas en inglés), aunque tienen una curiosa manera de hacer lo que prometen sus siglas: defienden un sufragio restringido en el que las élites puedan controlar un porcentaje de votos suficiente como para asegurarse quien gobierna. Su propuesta es reservar un 70% de los escaños a grupos de profesionales y especialistas cualificados. Para el resto, para Thanarat y los suyos, dejan el 30%. “Es la única manera de que los políticos corruptos no engañen a los pobres, compren sus votos y saqueen el país”, explica durante las protestas, en un inglés perfecto, una anciana que prefiere no dar su nombre.

En las carpas del PAD comparten un odio visceral hacia el Gobierno, que consideran un pozo sin fondo de corrupción y un títere del magnate y ex primer ministro Taksim Shinawatra, llamado el “Berlusconi tailandés” y exiliado en Londres desde que fuera derrocado por un golpe de Estado en 2006, en una revuelta precedida por una campaña de manifestaciones similar a la actual. Durante sus años de mandato, Taksim mejoró las condiciones de la población rural y, al mismo tiempo, engordó su holding personal privatizando empresas públicas, distribuyendo las restantes entre sus amigos y aumentando sin freno su poder. Los militares, cansados del escándalo continuo en el que se había convertido la vida pública y asustados ante una figura que estaba alcanzado más protagonismo que la propia Casa Real, decidieron atajar la amenaza. Sacaron a la calle los tanques, como han hecho tantas veces en los últimos 70 años, instalaron un Gobierno técnico y convocaron elecciones para un año después. Los comicios se celebraron a finales de 2007 y los partidarios de Taksim volvieron a ganar. Samak Sundaravej, un veterano anticomunista que se hizo famoso como ministro de Defensa en los años duros de la dictadura militar, encabezó la nueva coalición populista hasta que, a principios de septiembre, fue inhabilitado por una sentencia del Tribunal Constitucional que consideró “incompatible” su mandato con un programa de cocina que protagonizaba en televisión y por el que llegó a cobrar unos 3.000 dólares. Días después, un político más joven y de corte igualmente populista, Somchai Wongsawat, fue elegido por la coalición para sustituirlo.

Muchos turistas no se enteraron de que estaban viviendo el fin de un Gobierno democrático hasta que los militares les pidieron disculpas por las molestias

La mayoría de los observadores extranjeros están convencidos de que, en muchas de sus acusaciones, al PAD no le falta razón. Algunas evidencias son indiscutibles: el actual primer ministro, Wongsawat, es cuñado de Taksim y, como ya hizo Sundaravej, pretende arreglar las cosas para acabar con el exilio del magnate, amén de mantener las ayudas y concesiones al electorado rural y a las clases desfavorecidas.

Cada vez que Tailandia sufre una crisis política, en Bangkok se disparan los rumores sobre un nuevo golpe de Estado. Así ha sido durante las últimas décadas y algunos simpatizantes del PAD no esconden su deseo de que vuelva a ser así otra vez. “Lo que pasa es que muchos oficiales ya no piensan así. Creen que si vuelven a reaccionar ante las protestas del PAD podría dar la sensación de que obedecen a sus intereses y no al bien del país”, opina Om Saranda, profesor de una escuela de negocios de la capital. Podría tener razón: desde que comenzó esta crisis, la plana mayor del Ejército ha insistido en que no darán un golpe de Estado, asegurando que los problemas se tienen que resolver por vías políticas.

La postura de los militares, aseguran muchos analistas, podría cambiar en cualquier momento. Y en las últimas semanas la situación ha degenerado, con esas imágenes de cuerpos mutilados y gente sangrando que tanto asustan en un país que vive del turismo y la inversión extranjera. Ocurrió la tarde del 7 de octubre: los manifestantes del PAD, en una nueva provocación, intentaron asaltar el Parlamento durante la sesión de investidura de Wongsawat. El flamante primer ministro tuvo que escapar por una puerta trasera, saltar una verja y ser rescatado en helicóptero. Algunos de sus ministros se quedaron encerrados en el edificio, mientras los amotinados lanzaban piedras contra las ventanas, cerraban las llaves de agua y cortaban los cables de la luz. El Gobierno decidió que habían llegado demasiado lejos y, tras meses de contención, envió por primera vez a la policía. El saldo fue terrible: dos muertos, más de cuatrocientos heridos y varios mutilados que hoy enseñan sus lesiones a quien quiera verlas en los campamentos del PAD.

Muchos creen que la represión policial, los muertos y heridos, las escenas de pánico y la cancelación de las reservas de los hoteles podrían poner punto y final a la crisis. Si la violencia vuelve a las calles, insisten, todo acabará con una nueva revuelta. A muchos les queda ya una sola incógnita por resolver: ¿Cómo reaccionará Thanarat y quienes comparten su punto de vista si el Gobierno que regala sacos de arroz es derrocado por la fuerza? “La policía debería sacar a los amotinados del Palacio de Gobierno a golpes. Si no quieren hacerlo ellos, que nos dejen a nosotros, que sabemos cómo y estamos preparados”, afirma el taxista.

El último golpe de Estado que vivió Tailandia, en septiembre de 2006, fue una de las asonadas más pacíficas de todos los tiempos. Muchos turistas no se enteraron de que estaban viviendo el fin de un Gobierno democrático hasta que los militares les pidieron disculpas por las molestias causadas, a pie de tanque y con una sonrisa en la boca. “Por aquel entonces los partidarios de Taksim estaban menos organizados y no tuvieron tiempo de reaccionar. Nada garantiza que sea de nuevo así si pasa otra vez”, concluye el profesor Saranda.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Ko Kred




Ko Kred es una isla ubicada en el río Chao Phraya, en la provincia de Nonthamburi, al norte de Bangkok, a la que sólo es posible acceder por barco y para la que en determinadas ocasiones, sobre todo en época de lluvias, una vez en tierra, se recomiende utilizar el flotador. En la isla existen diversas atracciones: hay varios templos, un museo, una aldea de artesanos, una pequeña granja, una tienda de deliciosos postres y un pequeño bar, el Cowboy Country, regentado por un descendiente de la etnia mon, quien es capaz de servir cerveza fría y galletas de frutos secos con la misma amabilidad que acaricia las cuerdas de su guitarra. Hasta su barra se alargó mi inmersión a esta recóndita isla, nunca mejor dicho, ya que durante el tiempo que estuve en Ko Kred la principal atracción, además de su enorme hospitalidad y pasión por la música, fue el agua que cubría hasta las rodillas, ya que debido a las últimas inundaciones, la tierra firme había pasado a ser temporalmente territorio sumergido.

Ko Kred

Ko Kred is an island located in the Chao Phraya River in the Nonthamburi province, northern Bangkok, which is only accessible by boat and that on certain occasions, especially in rainy season, once inland, the float can be recommended. On the island there are several attractions: different temples, a museum, a village of artisans, a small farm, a store of delicious desserts and a small bar, the Cowboy Country, run by a descendant of Mon ethnic, who is capable of serving cold beer and nut cookies with the same kindness that he caresses the strings of his guitar. Until his bar was lengthened my immersion in this hidden island, never better, since during the time I was in Ko Kred the main attraction, in addition to their enormous hospitality and passion for the music, the water was covering up to my knees, since due to the recent floods, the land had become temporarily a submerged territory.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ruta 1095



135 kilómetros son los que separan Pai de Chiang Mai. En avioneta, 25 minutos. En motocicleta, 4 horas. El trayecto por carretera se realiza por la famosa ruta 1095, una montaña rusa de asfalto bacheado que transcurre de manera enrevesada entre parajes montañosos aderezados con abundante vegetación y salpicados con algún que otro poblado, donde además de recibir una calurosa bienvenida por los lugareños es posible parar a repostar, ya sea a gasolina o de sopa de noodles y cerdo a la parrilla. A pesar de las inclemencias del tiempo, más propio de mi patria querida que de Tailandia, del estado de la carretera y de la escasa potencia de la moto en la que viajaba, la ruta 1095 se convierte en una aventura que corrobora aquello de que el camino se hace al andar, a poder ser en moto, no al volar.


(Route 1095)

135 km separate Pai from Chiang Mai. In light plane, 25 minutes. In the motorcycle, 4hours. The journey by road is made through the famous Route 1095, a roller coaster of bumped asphalt so convoluted that elapses between seasoned mountain sites with abundant vegetation and dotted with a few other towns where besides a warm welcome is possible to refuel, either based on gasoline or noodle-soup or grilled pork. Despite inclement weather, more of my beloved homeland that of Thailand, the state of the road and the limited power of the motorcycle in which I was traveling, the 1095 route becomes an adventure that corroborates that the way is to walk or drive, if possible, by motorcycle, not to fly.

Pai



Pai es un pequeño pueblo de no más de 5.000 habitantes situado en el norte de Tailandia junto a la frontera con Myanmar, al norte de Chiang Mai siguiendo la carretera que va hasta Mae Hong Son. Se asienta a ambos márgenes del río Pai, a los pies de las montañas más altas del país, donde se han ido estableciendo en los últimos tiempos diversas tribus como los karen, los hmong, lisu y los lahu.

Un lugar genuino, natural y bello, salpicado de gente curiosa que trata de escapar de las aglomeraciones y de renunciar, sobre todo, de las prisas a las que por desgracia invita forzosamente la vida moderna. Afortundamente en este planeta todavía quedan remedios como Pai, un sitio donde todavía se vive en pausa, sin forzar, y donde se puede disfrutar libremente de la eternidad de cada momento.

(Pai)

Pai is a small town with a population of no more than 5.000 inhabitants in northern Thailand near the Myanmar border, north of Chiang Mai on the route to Mae Hong Son. It lies along the Pai River, at the foot of the mountains where many hill tribes like Karen, Hmong, Lisu and Lahu are settled.

A genuine place, natural and beautiful, splashed by curious people seeking to escape the crowds and give up the rush to which unfortunately modern life necessarily invites. Fortunately, on this planet, there are still remedies such as Pai, a place where oneself is able to live still on hold, without being forced, and where every moment of eternity can be freely enjoyed .

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Volar



Cada día que pasa, en cada avión al que me subo, he de reconocer que menos cómodo me siento. O dicho de otra manera, menos me gusta. La verdad que la culpa no la tienen las últimas catástrofes aéreas sino la cantidad de tiempo que he pasado subido en un avión, o esperando para coger uno, éste último año. No es que piense que me vaya a estrellar, ni nada por el estilo, ya que en ese trágico caso, por suerte o por desgracia, depende como se mire, sería bastante difícil vivir para contarlo. Simplemente se trata de un cúmulo de circunstancias que me hacen aborrecer el hecho de volar, a pesar de ser consciente que no dejaré de hacerlo hasta que pase a mejor vida, dada la alergia que tengo a quedarme quieto en un mismo lugar durante mucho tiempo.

De hecho el fin de semana pasado me subí hasta el norte del país, embarcándome en una avioneta rumbo a un pueblo llamado Pai, después de haber volado previamente desde Bangkok hasta Chiang Mai la noche anterior. Como de vez en cuando encuentro sano el contradecirme, me senté justo detrás de los pilotos y junto al ingeniero de vuelo, para observar su rutina laboral. Mientras los pilotos revisaban sus paneles de control preparados para el despegue, el ingeniero cumplimentaba el parte completando las casillas correspondientes con sucesivos OKs sin detenerse excesivamente en leer los apartados, como si estuviese rellenando con enorme aburrimiento una encuesta sin importancia. Ante tal demostración de solvencia, y viendo que todo le parecía bien, mientras el piloto veterano aleccionaba al novel como si de una práctica cobayas se tratase, aprovechando que la avioneta se empezaba a menear a unos cuantos miles de metros de altura en el interior de una gran nube blanca, decidí que lo más conveniente era agarrar el periódico y ponerlo delante de las narices a modo de pantalla para no ver nada. Ni falta que hacía.


(Fly)

Each day that passes, each plane that I raise, I must admit that I feel less comfortable. Put another way, the less I like it. The truth that the blame is not linked with the recent air disasters, but the amount of time I spent up in an plane, or waiting to catch one, this latter year. Not that I think I will crash or anything like that, as in this tragic case, fortunately or not, depending as you look, it would be quite difficult to survive to tell the tale. It´s simply an sum of circumstances that make me hate the fact of flying, despite being aware that I do not stop until I pass away, given the allergy of not being able to stay still in one place for long.

In fact last weekend I flew to the north on a small airplane headed to a village called Pai, having previously flown from Bangkok to Chiang Mai on the night before. As occasionally I encounter the contradiction healthy, I sat right behind the pilots and next to the flight engineer, to observe their work routine. While the pilots were reviewing their control panels ready for takeoff, the engineer filled in the compulsory form by completing the appropriate boxes with successive OKS without dwelling too much on reading paragraphs, as if filling out an unimportant survey with tremendous boredom. Given such a demonstration of solvency, and seeing that everything seemed fine, while the pilot is a veteran coach of the novel as if it were a practice with guinea pigs, the plane was beginning to wag a few thousand meters of altitude in the interior of a large white cloud, I decided it was more convenient to grab the newspaper and put it in front of the nose as a screen to not see anything. Neither did lack that.