jueves, 26 de febrero de 2009

Lago Inle




Situado en el estado Shan, un vasto territorio fronterizo con Laos y Tailandia, donde habitan escondidos entre las montañas grupos rebeldes, narcotraficantes y señores de la guerra, se encuentra el idílico lago Inle. Sobre sus cristalinas aguas se asientan decenas de aldeas, así como hermosos jardines flotantes entre los que los habitantes del lago salen a flote en perfecto equilibrio. Éstos le deben casi todo al lago, donde recogen indistintamente materias primas para construir sus casas, sus barcas, sus herramientas, para confeccionar sus prendas o sus complementos o simplemente para alimentarse. Probablemente uno de los lugares más bellos y relajantes que he visitado nunca.

(Lake Inle)

Located in the Shan state, a vast territory border with Laos and Thailand, where there are hidden among the mountains rebel groups, drug dealers and warlords, is the idyllic Lake Inle. Above its crystalline waters are settled dozens of villages and floating gardens among the inhabitants of the lake who keep their lives afloat with an extraordinary balance. They owe almost everything to the lake where they collect indiscriminately materials to build their houses, their boats, their tools, to make garments or accessories or just to eat. Probably one of the most beautiful and relaxing places I have ever visited.

viernes, 20 de febrero de 2009

Días en Birmania


Un chiste popular recorre las calles de Yangoon. Bromea sobre el hecho de que el escritor inglés George Orwell no sólo escribió una novela sobre Birmania sino tres: Burmese days, Animal Farm y 1984. Reconozco que sería un buen chiste si no fuera porque es terriblemente cierto.

Hace ya más de dos meses que se terminaron mis días en la antigua Birmania, desde hace tiempo rebautizada como Myanmar por los omnipresentes y todopoderosos militares, pero yo a día de hoy aún sigo soñando con ella. Ya sea a través del libro de Orwell, de las fotos que tomé durante el viaje o de una trágica noticia emitida por la CNN hace unos días. He de reconocer que jamás ningún país me había impactado de esta manera.

Y no lo digo sólo compadecido al recordar las múltiples tragedias que le ha tocado vivir en los últimos años, tanto políticas como naturales, ni tampoco por su extraordinaria belleza, desde sus monumentales paisajes a sus infinitos templos. Si por algo siento ahora esta deuda es por la inhumana amabilidad y generosidad de sus gentes, por su sonrisa fácil, sincera.

A pesar de las terribles circunstancias en las que vive el pueblo birmano, no recuerdo un mal gesto, salvo por parte de los cachorros de la Junta Militar. Recuerdo el trato de la agente de viajes que me atendió nada más aterrizar en Yangoon, la partida de ajedrez que jugué contra medio pueblo en Bagán, el paseo en bicicleta por Mandalay acompañado por una profesora que muy amablemente me guió de manera completamente desinteresada durante gran parte de su día libre, el trayecto subido a un tractor en compañía de unos campesino que iban a una feria rural donde el aconteciemiento más importante era un partido de volley-ball, la charla que mantuve en medio del lago Inle con un activista político disfrazado de comerciante que me dedicó todo su tiempo para explicarme desde dentro cómo se vive en su país a cambio de un simple "no olvides a nuestro pueblo" o a los marineros rockeros que conocí entre birras la noche antes de partir.

Sinceramente un tesoro de país repleto de gente encantadora con unas ganas de vivir más que envidiables. Ojalá ellos algún día también obtengan su merecida recompensa. Yo sueño con ello. Ahora y siempre.


(Burmese days)

A popular joke goes around the streets of Yangoon. It tells about the fact that the English writer George Orwell wrote not just one but three novels about Burma: Burmese days, Animal Farm and 1984. I acknowledge that it would be a great joke if only it weren´t so terribly true.

For over two months that my days in the former Burma ended, a country that has long been renamed as Myanmar by the omnipresent and all-pervasive military, but I still to this day I dream of it. Either through Orwell´s book, the photos I took during the trip or a tragic news broadcast by CNN a few days ago. I must admit that no country ever had impacted me this way.

And not only to feel sorry for the many tragedies that has lived in recent years, both political and natural, nor for its extraordinary beauty, from its monumental landscapes to its infinite temples. If I feel by now this debt is because the inhuman kindness and generosity of its people, for their easy and sincere smile.

Despite the terrible circumstances in which the Burmese people live nowadays, I do not remember a bad gesture, except from the pups of the military. I remember dealing with the travel agent that I met just landed in Yangoon, the chess game I played against Bagan half-town, the ride by bike in Mandalay accompanied by a teacher who very kindly guided me completely disinterested during much part of her day off, the trail climbed a tractor accompanied by a group of peasanta who went to a rural fair where the most important event was a volley-ball game, the conversation I had in the middle of the Inle Lake with a political activist in disguise merchant that he devoted all his time to explain me how is living inside their country in exchange for a simple "do not forget our people" or the rock´n´sailors that I met between beers the night before leaving the country.

Frankly a country full of treasures with lovely people who simply want to live. Hopefully, someday, they will also get their well-deserved reward. I´ll dream about it. Now and then.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Bienvenido a Air Zapatero



Estos últimos días he abandonado mi soporífero sitio de trabajo en la Oficina Comercial para desplazarme hasta la sede de la Embajada aquí en Bangkok, con el propósito y la obligación de echar una mano en la organización de la más que discutible "evacuación de emergencia" de los turistas españoles "atrapados" en Tailandia. Dicha "arriesgada" misión, según la versión oficial, fue planificada personalmente por el mismísimo presidente del Gobierno (y agente de viajes en funciones), el Sr. Rodríguez Zapatero.

Lo primero quisiera desmentir por última vez que aquí en Bangkok, y menos aún en el resto de Tailandia, uno pueda sentir peligro alguno. Ni hoy, ni ayer ni hace 193 días, que es cuando comenzaron las manifestaciones antigubernamentales. Estoy cansado de llevarle la contraria a los medios, a diversas organizaciones gubernamentales, entre ellas el Banco Mundial, las Naciones Unidas o alguna que otra Embajada, sobre todo a aquellas informaciones que se redactan o elaboran a 10.000 km de distancia del origen de la noticia. Yo he estado en los sitios "conflictivos", donde algunos de los que redactan dichos comunicados no han estado en su vida, y sin aires de grandeza ni heroicidad alguna, he de decir que me he divertido mucho más que me he acojonado. Si que es cierto que ha habido disturbios, tiroteos, explosiones, heridos y hasta algún muerto, que han corrido rumores de que quizá un nuevo golpe de estado estaba a la vuelta de la esquina, pero sinceramente al final de cada calle, día tras día, desde hace meses, lo más parecido a un tanque con lo que me he llegado a encontrar ha sido con un pobre elefante.

De ahí que a continuación os adjunte una crónica más que razonable, razonada sobre la "providencial" misión de rescate en la que he tenido el placer, no sé si el orgullo, de haber participado. Obviamente adelanto que a pesar de no estar en absoluto de acuerdo con algunas de las crónicas sensacionalistas que ha ido sacando David Jiménez durante estas últimas semanas, estoy completamente de acuerdo con el artículo que va a continuación, "Bienvenido a Air Zapatero", del citado periodista, corresponsal para el diario El Mundo aquí en Bangkok, y alrededores.

Y es que cuando uno tiene razón, no hace falta dársela, porque ya la tiene.


Bienvenido a Air Zapatero

La escena de los turistas españoles peleándose por subirse a algunos de los aviones enviados por el Gobierno a Tailandia habría encajado a la perfección en una nueva versión de 'Aterriza como Puedas', aquella comedia del absurdo que triunfó en los 80. Se discute si los pasajeros llegaron a las manos o si los hubo con la falta de elegancia como para negarse a ceder el sitio a una mujer embarazada. No quiere uno pensar en qué habría pasado si en lugar de estar siendo evacuados de Tailandia hubieran quedado atrapados en... Pongamos Mumbay.

Contra el comportamiento individual de cada uno poco hay que hacer. Más preocupante es el precedente fijado por el Gobierno de enviar al rescate a quienes no necesitaban ser rescatados, malgastando el dinero de los contribuyentes y poniendo a disposición de los turistas aviones militares que deberían ser utilizados en verdaderos casos de emergencia.

Porque más allá del ruido mediático y de algunas muestras de histerismo, ninguno de los afectados por retrasos y cancelaciones corría más peligro que sufrir una insolación tropical por extensión vacacional.

En la última semana de crisis no se ha producido una sola manifestación en las playas del país y la única forma de encontrar una en la capital era poniendo mucho empeño en dar con ella. Las protestas se concentraban en tres puntos concretos de la ciudad -los dos aeropuertos y la Casa del Gobierno- y no han evitado que los niños sigan yendo al colegio y las ancianas paseen en los parques. El Gobierno tailandés subvencionaba hoteles y comidas a la espera de que se reanudara el tráfico aéreo.

Todo ello no ha evitado que entre los turistas españoles haya quienes han regresado a casa contando increíbles historias llenas de dramatismo, documentadas en al menos un caso con un vídeo que recoge explosiones grabadas a través del teléfono móvil. Lástima que resultaran ser petardos arrojados por una pandilla de niños.

El Gobierno debería haber atendido los casos de urgencia médica o de otro tipo, si los hubiera habido. Por supuesto es un fastidio no llegar al bautizo del sobrino, perderse el partido del domingo o faltar al trabajo (esto menos), pero los retrasos y cancelaciones son gajes del viajero y no responsabilidad de los Gobiernos. En todo caso, la organización de alternativas debe correr a cargo de las líneas aéreas y los operadores turísticos.

Dicen que la decisión de enviar los aviones fue de José Luis Rodríguez Zapatero. El presidente puede esperar sentado a que le den las gracias. Algunos turistas -siempre hay excepciones- respondieron a la generosa oferta de llevarlos de vuelta organizando su propia rebelión, quizá contagiados por el ambiente local. Pancartas y gritos para protestar que nadie hubiera acudido antes a buscarles. Les faltó quejarse de la comida del avión.

Cargados con sus últimas compras y tomando desde la ventanilla del avión las últimas fotos del paisaje tropical, los turistas veían como su odisea concluía con final feliz. España había ejecutado con éxito la operación 'Salvar al turista González' justo cuando la crisis política finalizaba y los aeropuertos se preparaban para reanudar sus vuelos regulares. Con un poco de paciencia nos habríamos ahorrado el bochorno del 'súbase quién pueda' protagonizado por varios afectados y el dinero de fletar tres aviones.

La lección queda ahí. En adelante, cuando el mal tiempo, una huelga o una manifestación provoquen la cancelación de su vuelo, en La Habana o Asturias, no se olvide de llamar a Air Zapatero. Si el precedente tailandés sirve de algo, puede esperar a que le rescaten. Pero prepare los codos: puede haber empujones para subirse al avión.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Lucha de clases en Bangkok



A continuación adjunto un artículo escrito por un amigo periodista, Ángel Villarino, donde se describe a la perfección el inestable a la vez que surrealista clima político que se vive últimamente por aquí por Tailandia. Espero que os sirva para entender qué es lo que sucede por aquí, comprenderlo ya os adelanto que es tarea imposible:


Tailandia está inmersa en una revuelta que puede desembocar en un nuevo golpe de Estado. La élite de este paraíso turístico reclama unos privilegios electorales que ni el Gobierno ni las clases más bajas están dispuestos a permitir. El Ejército, acostumbrado a inmiscuirse de modo antidemocrático en la vida política del país, podría encontrase esta vez con la resistencia de la población más desfavorecida.

Ir en taxi al Palacio de Gobierno de Bangkok está poniéndose cada vez más difícil. Muchos conductores tienen miedo de quedar empantanados en el tráfico. Otros se niegan a transportar pasajeros hasta allí. “No quiero llevar a nadie, sólo hay mala gente que no piensa como yo y que cree que no soy una persona como ellos”, se queja Thanarat Sematol, un taxista que llegó hace un año desde una aldea rural, atraído por el sueño de la gran ciudad. Un sueño roto durante 14 horas al día, las mismas que este campesino de manos nudosas pasa al volante de un taxi que no es suyo, atravesando el tráfico alocado de una metrópolis que ni siquiera conoce bien. “A veces no sé cómo ir a los sitios”, admite riéndose. Entre la gasolina y el alquiler del vehículo, hay días que Tharanat pierde dinero, entre otras cosas porque los taxis de Bangkok son famosos por estar entre los más baratos del mundo. Gracias a las propinas, las carreras al aeropuerto y la inocencia de algún turista despistado, consigue llegar con dificultad a fin de mes y pagar el alquiler de una casa de madera sin agua corriente, donde viven sus tres hijos y su mujer. “No me gusta Bangkok, hace tiempo que quiero volver a mi pueblo, pero no saco valor para irme”.

Amotinados: Vestidos de color amarillo, que simboliza al Rey Bhumibol, los tailandeses de las clases medias y altas se manifiestan contra el Gobierno.
El dueño de la compañía para la que conduce Thanarat seguramente piense de otra manera. Como miembro de la élite urbana tailandesa, debería simpatizar con los manifestantes que desde el pasado 26 de agosto acampan en los jardines del Gobierno. Tras tomar al asalto el palacio, armados con cascos de moto, barras de metal y palos de golf, los rebeldes levantaron un verdadero fortín alambrado, en el que no faltan los comedores gratuitos, las tiendas de ropa y souvenirs con los símbolos de su lucha, e incluso una sala de masajes donde relajarse. Mientras tanto, los consejos de ministros y las ruedas de prensa del premier Somchai Wongsawat se celebran en modestas habitaciones en una sede improvisada en el viejo aeropuerto de la ciudad.

Los amotinados, vestidos de amarillo (el color que simboliza al Rey Bhumibol), representan a las clases medias y altas, a los tailandeses instruidos o acomodados, a los que aparcan sus coches en los lujosos centros comerciales de la capital. En definitiva, a menos de un 20% de la población. Se hacen llamar la Alianza del Pueblo para la Democracia (PAD, en sus siglas en inglés), aunque tienen una curiosa manera de hacer lo que prometen sus siglas: defienden un sufragio restringido en el que las élites puedan controlar un porcentaje de votos suficiente como para asegurarse quien gobierna. Su propuesta es reservar un 70% de los escaños a grupos de profesionales y especialistas cualificados. Para el resto, para Thanarat y los suyos, dejan el 30%. “Es la única manera de que los políticos corruptos no engañen a los pobres, compren sus votos y saqueen el país”, explica durante las protestas, en un inglés perfecto, una anciana que prefiere no dar su nombre.

En las carpas del PAD comparten un odio visceral hacia el Gobierno, que consideran un pozo sin fondo de corrupción y un títere del magnate y ex primer ministro Taksim Shinawatra, llamado el “Berlusconi tailandés” y exiliado en Londres desde que fuera derrocado por un golpe de Estado en 2006, en una revuelta precedida por una campaña de manifestaciones similar a la actual. Durante sus años de mandato, Taksim mejoró las condiciones de la población rural y, al mismo tiempo, engordó su holding personal privatizando empresas públicas, distribuyendo las restantes entre sus amigos y aumentando sin freno su poder. Los militares, cansados del escándalo continuo en el que se había convertido la vida pública y asustados ante una figura que estaba alcanzado más protagonismo que la propia Casa Real, decidieron atajar la amenaza. Sacaron a la calle los tanques, como han hecho tantas veces en los últimos 70 años, instalaron un Gobierno técnico y convocaron elecciones para un año después. Los comicios se celebraron a finales de 2007 y los partidarios de Taksim volvieron a ganar. Samak Sundaravej, un veterano anticomunista que se hizo famoso como ministro de Defensa en los años duros de la dictadura militar, encabezó la nueva coalición populista hasta que, a principios de septiembre, fue inhabilitado por una sentencia del Tribunal Constitucional que consideró “incompatible” su mandato con un programa de cocina que protagonizaba en televisión y por el que llegó a cobrar unos 3.000 dólares. Días después, un político más joven y de corte igualmente populista, Somchai Wongsawat, fue elegido por la coalición para sustituirlo.

Muchos turistas no se enteraron de que estaban viviendo el fin de un Gobierno democrático hasta que los militares les pidieron disculpas por las molestias

La mayoría de los observadores extranjeros están convencidos de que, en muchas de sus acusaciones, al PAD no le falta razón. Algunas evidencias son indiscutibles: el actual primer ministro, Wongsawat, es cuñado de Taksim y, como ya hizo Sundaravej, pretende arreglar las cosas para acabar con el exilio del magnate, amén de mantener las ayudas y concesiones al electorado rural y a las clases desfavorecidas.

Cada vez que Tailandia sufre una crisis política, en Bangkok se disparan los rumores sobre un nuevo golpe de Estado. Así ha sido durante las últimas décadas y algunos simpatizantes del PAD no esconden su deseo de que vuelva a ser así otra vez. “Lo que pasa es que muchos oficiales ya no piensan así. Creen que si vuelven a reaccionar ante las protestas del PAD podría dar la sensación de que obedecen a sus intereses y no al bien del país”, opina Om Saranda, profesor de una escuela de negocios de la capital. Podría tener razón: desde que comenzó esta crisis, la plana mayor del Ejército ha insistido en que no darán un golpe de Estado, asegurando que los problemas se tienen que resolver por vías políticas.

La postura de los militares, aseguran muchos analistas, podría cambiar en cualquier momento. Y en las últimas semanas la situación ha degenerado, con esas imágenes de cuerpos mutilados y gente sangrando que tanto asustan en un país que vive del turismo y la inversión extranjera. Ocurrió la tarde del 7 de octubre: los manifestantes del PAD, en una nueva provocación, intentaron asaltar el Parlamento durante la sesión de investidura de Wongsawat. El flamante primer ministro tuvo que escapar por una puerta trasera, saltar una verja y ser rescatado en helicóptero. Algunos de sus ministros se quedaron encerrados en el edificio, mientras los amotinados lanzaban piedras contra las ventanas, cerraban las llaves de agua y cortaban los cables de la luz. El Gobierno decidió que habían llegado demasiado lejos y, tras meses de contención, envió por primera vez a la policía. El saldo fue terrible: dos muertos, más de cuatrocientos heridos y varios mutilados que hoy enseñan sus lesiones a quien quiera verlas en los campamentos del PAD.

Muchos creen que la represión policial, los muertos y heridos, las escenas de pánico y la cancelación de las reservas de los hoteles podrían poner punto y final a la crisis. Si la violencia vuelve a las calles, insisten, todo acabará con una nueva revuelta. A muchos les queda ya una sola incógnita por resolver: ¿Cómo reaccionará Thanarat y quienes comparten su punto de vista si el Gobierno que regala sacos de arroz es derrocado por la fuerza? “La policía debería sacar a los amotinados del Palacio de Gobierno a golpes. Si no quieren hacerlo ellos, que nos dejen a nosotros, que sabemos cómo y estamos preparados”, afirma el taxista.

El último golpe de Estado que vivió Tailandia, en septiembre de 2006, fue una de las asonadas más pacíficas de todos los tiempos. Muchos turistas no se enteraron de que estaban viviendo el fin de un Gobierno democrático hasta que los militares les pidieron disculpas por las molestias causadas, a pie de tanque y con una sonrisa en la boca. “Por aquel entonces los partidarios de Taksim estaban menos organizados y no tuvieron tiempo de reaccionar. Nada garantiza que sea de nuevo así si pasa otra vez”, concluye el profesor Saranda.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Ko Kred




Ko Kred es una isla ubicada en el río Chao Phraya, en la provincia de Nonthamburi, al norte de Bangkok, a la que sólo es posible acceder por barco y para la que en determinadas ocasiones, sobre todo en época de lluvias, una vez en tierra, se recomiende utilizar el flotador. En la isla existen diversas atracciones: hay varios templos, un museo, una aldea de artesanos, una pequeña granja, una tienda de deliciosos postres y un pequeño bar, el Cowboy Country, regentado por un descendiente de la etnia mon, quien es capaz de servir cerveza fría y galletas de frutos secos con la misma amabilidad que acaricia las cuerdas de su guitarra. Hasta su barra se alargó mi inmersión a esta recóndita isla, nunca mejor dicho, ya que durante el tiempo que estuve en Ko Kred la principal atracción, además de su enorme hospitalidad y pasión por la música, fue el agua que cubría hasta las rodillas, ya que debido a las últimas inundaciones, la tierra firme había pasado a ser temporalmente territorio sumergido.

Ko Kred

Ko Kred is an island located in the Chao Phraya River in the Nonthamburi province, northern Bangkok, which is only accessible by boat and that on certain occasions, especially in rainy season, once inland, the float can be recommended. On the island there are several attractions: different temples, a museum, a village of artisans, a small farm, a store of delicious desserts and a small bar, the Cowboy Country, run by a descendant of Mon ethnic, who is capable of serving cold beer and nut cookies with the same kindness that he caresses the strings of his guitar. Until his bar was lengthened my immersion in this hidden island, never better, since during the time I was in Ko Kred the main attraction, in addition to their enormous hospitality and passion for the music, the water was covering up to my knees, since due to the recent floods, the land had become temporarily a submerged territory.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ruta 1095



135 kilómetros son los que separan Pai de Chiang Mai. En avioneta, 25 minutos. En motocicleta, 4 horas. El trayecto por carretera se realiza por la famosa ruta 1095, una montaña rusa de asfalto bacheado que transcurre de manera enrevesada entre parajes montañosos aderezados con abundante vegetación y salpicados con algún que otro poblado, donde además de recibir una calurosa bienvenida por los lugareños es posible parar a repostar, ya sea a gasolina o de sopa de noodles y cerdo a la parrilla. A pesar de las inclemencias del tiempo, más propio de mi patria querida que de Tailandia, del estado de la carretera y de la escasa potencia de la moto en la que viajaba, la ruta 1095 se convierte en una aventura que corrobora aquello de que el camino se hace al andar, a poder ser en moto, no al volar.


(Route 1095)

135 km separate Pai from Chiang Mai. In light plane, 25 minutes. In the motorcycle, 4hours. The journey by road is made through the famous Route 1095, a roller coaster of bumped asphalt so convoluted that elapses between seasoned mountain sites with abundant vegetation and dotted with a few other towns where besides a warm welcome is possible to refuel, either based on gasoline or noodle-soup or grilled pork. Despite inclement weather, more of my beloved homeland that of Thailand, the state of the road and the limited power of the motorcycle in which I was traveling, the 1095 route becomes an adventure that corroborates that the way is to walk or drive, if possible, by motorcycle, not to fly.

Pai



Pai es un pequeño pueblo de no más de 5.000 habitantes situado en el norte de Tailandia junto a la frontera con Myanmar, al norte de Chiang Mai siguiendo la carretera que va hasta Mae Hong Son. Se asienta a ambos márgenes del río Pai, a los pies de las montañas más altas del país, donde se han ido estableciendo en los últimos tiempos diversas tribus como los karen, los hmong, lisu y los lahu.

Un lugar genuino, natural y bello, salpicado de gente curiosa que trata de escapar de las aglomeraciones y de renunciar, sobre todo, de las prisas a las que por desgracia invita forzosamente la vida moderna. Afortundamente en este planeta todavía quedan remedios como Pai, un sitio donde todavía se vive en pausa, sin forzar, y donde se puede disfrutar libremente de la eternidad de cada momento.

(Pai)

Pai is a small town with a population of no more than 5.000 inhabitants in northern Thailand near the Myanmar border, north of Chiang Mai on the route to Mae Hong Son. It lies along the Pai River, at the foot of the mountains where many hill tribes like Karen, Hmong, Lisu and Lahu are settled.

A genuine place, natural and beautiful, splashed by curious people seeking to escape the crowds and give up the rush to which unfortunately modern life necessarily invites. Fortunately, on this planet, there are still remedies such as Pai, a place where oneself is able to live still on hold, without being forced, and where every moment of eternity can be freely enjoyed .